jueves, 8 de noviembre de 2012

Luvia

Hace un par de días, estaba lloviendo copiosamente cuando me encontraba caminando por la ciudad. Atravesaba en esos momentos un puente que, aunque a algunos les resulta siniestro, para mi siempre ha sido como poco pintoresco.

Fue entonces cuando reparé en un gran charco de agua que se había formado casi llegando a la salida del túnel. Era precioso. Dejaba ver el cielo que se encontraba poco más adelante, y las ramas de los árboles, todavía verdes y frescas, recortadas contra él.

En seguida me sorprendió la nitidez con la que esta imagen estaba perfilada en el agua, y antes de darme cuenta estaba imaginando que era un portal a otra dimensión, paralela a la nuestra, unida por el mismo cielo pero boca abajo.
Sentí durante un instante que, si lo deseaba, podría pasar al otro lado, a esa realidad literalmente reflejo de la que estaba viviendo.

Pero en ese preciso instante, pasó un coche, viejo y blanco, y metiendo la rueda de lleno en ese socavón, arruinó mi idilio. El delicado reflejo quedó roto en mil pedazos. El agua revolviéndose, gris y turbia.

Sin embargo... ¿Adivináis qué? A los pocos segundos volvió a quedar como estaba antes, como si ese coche nunca hubiese pasado por allí.

Me di cuenta entonces de que a mis sueños y fantasías les ocurren a diario lo mismo que a ese charco...




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